Bumble, la dating app para cuestionarte lo que importa
No es una campaña de marketing, es mi experiencia y la de mis amigas
Estos últimos meses he hecho mi primera decente incursión en el mundo de las dating apps. Pero no en todas, eso no es necesario, es más, sería un suicidio. A principios de agosto me descargué Bumble y me sumergí en la aplicación con aletas (para huir lo más rápido posible cuando fuese necesario) pero me olvidé del traje de neopreno, así que la incursión en aguas desconocidas ha sido un poco como un corte de digestión.
He de decir que ha resultado ser todo un instrumento para mí, una revolución. Como esas maquinarias de los astilleros del s. XX, solo que, si no andas con cuidado, te enganchan de la camiseta aplastándote conforme realizan su movimiento rutinario de máquina, circular pero no orgánico. Circular y automático. Conocido actualmente como “el peligro de entrar en bucle”. Pero tratándose de una dating app, un bucle de mercado en el que eres objeto de consumo y también quién consume, toda una casquería en tu móvil.
A priori, me presento como un trozo completo de algo (en la vida real conocido como “persona”). Mi perfil personal es una versión curada de mí misma, seleccionando con detalle, con más o menos consciencia, lo que me interesa mostrar a los demás. Porque, recuerda, la premisa es gustar, no liberarte del rastro de tu ex o ser, por fin, la persona liberada que tanto ansías ser. Para eso no necesitas citas, ni sexo, ni la atención de nadie. Pero sigamos… Para empezar, hablemos de las imágenes. Mi filtro mental para elegirlas se ha basado en subir aquellas que cumplían con los siguientes estándares:
1) Lo primero es que se me vea una persona interesante, ¿y qué cosas se aglutinan en una imagen para que se me vea interesante? El siguiente estándar: 2) que se vea que tengo personalidad, que soy algo diferente al resto, pero no muy exagerado, como con la actitud de una persona de 35 años en la fiesta de cumpleaños de la amiga de su amiga. Y que sé escuchar y con cierta sensibilidad. 3) Qe no se me vea muy espontánea, es decir, que no se me vea “siendo auténticamente yo”. Y, 4) que desprenda un aura de aventurera, a poder ser.
¿Cuál es la galería de imágenes resultante? Una totalmente normal, sin fuegos artificiales ni nada parecido. Excepto que esas fotos se convierten en bodegones, en naturalezas muertas de lo que quiero mostrar o representar ante la nada, también conocida como otrxs usuarios de la app. Entonces, me pregunto: ¿en qué se diferencia subir un selfie en Instagram de subirlo en Bumble? El propósito de creación de cada app es lo que determina en qué se acaba convirtiendo una foto. Instagram: mostrar momentos de “felicidad”, compartir con los demás tu “lifestyle”. OK. Inocente hasta cierto punto. Bumble: mostrarte para ser gustadx, atraer y eventualmente, como bien describe en esta escena de Rayuela, Cortázar: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le golpeaba el clémiso y caían en hindromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes”. Coloquialmente conocido como, “echar un casquete polar o un fortnique”, aparentemente. Por mucho que mi objetivo óptimo no sea follar con otras personas, sino conocer gente y pasarlo bien haciendo cualquier plan, es imposible desprenderme de esa pátina pegajosa. Yo tengo más o menos claro por qué me descargué la aplicación, pero aparte de mí, nadie lo sabe con certeza y por eso el pretexto siempre está en el aire.
Advertencia: si eres una de esas personas que no busca nada sexual a consciencia, necesitas un traje de buzo completo y casi que un puto submarino para sumergirte en Bumble, es decir, tener la experiencia completa, y volver a la superficie conservando la mayor parte de trocitos posible de ti mismx.
Hablemos ahora de la experiencia de usuario, porque mami, lo es todo. Me refiero al hecho de que con el mínimo esfuerzo posible, puedas descartar a una persona como si estuvieras en un buffet libre giratorio. Porque si invirtiéramos mucha energía en hacer uso de la aplicación, viene a ser, hacer muchos clicks, nadie la descargaría. Después de un par de meses, me queda claro que rascarme el párpado me supone más esfuerzo que rechazar a alguien en Bumble. ¡Pero qué bien le sienta a mi ego descartar y descartar! Eso es que soy muy selectiva y tengo un agudo instinto para quedarme con la persona correcta, pensaba yo.
Pues bien, descartar no me ha acercado a “la persona correcta”, para una amistad o para lo que surja. Durante estos meses de uso, no he avanzado hacia ninguna dirección en ese aspecto. Es imposible adivinar a través de una pantalla si voy a congeniar con alguien o si ese alguien es, en realidad, unx irresponsable afectivamente. Y eso, mami, no interesa. Es imposible saber si ese tipo/a/e merece mi atención. Ni siquiera si también escucha a Eryka Badu. NO, lo siento, es decepcionante, pero así es la realidad.
Es extraño cuando levanto la vista de la pantalla y observo mi casa, parque o, espacio en el que me encuentre mientras miro Bumble. En el tiempo transcurrido, he visto y descartado aproximadamente 50 personas en 10 minutos. Me siento como un robot. O un bot de entre 1 millón de bots de esos que están en granjas, tan lejos de donde me encuentro yo. Y me causa bastante vértigo. Puedo conocer a personas de esta manera, sí, ¿pero a qué costo, realmente? Ya que hablamos de consumir y ser consumidxs.
A este “costo”:
Llevas unas semanas hablando con alguien y los astros finalmente se alinean para que quedéis. El momento previo a la cita te pone nerviosx. Le ves, te ve y se te baja todo o se te sube todo, depende. Hablas, congenias, te lo pasas bien y piensas, ¡qué buen filtro he tenido! Bebes unas cervezas, das una vuelta, bailas un poquito, te despides. Te ilusionas de alguna manera o de ninguna, aún no queda claro, pero tienes los pies en la tierra. Vuelves a quedar, sientes que tendrías conversaciones interminables con esa persona o que necesitas un poco de silencio. Te despides, piensas. La vuelves a ver, vas a su casa, amaneces ahí. Antes de que se haga más tarde te vas. Le mandas un mensaje bonito, a tu parecer.
No obtienes respuesta.
Empiezas a hablar con un chico, te resulta interesante. Os mandáis audios, su voz te parece atractiva, no vocaliza muy bien, pero piensas que es debido a su acento extranjero. Nada despierta tus alarmas y quedáis para tomar una cerveza. Le esperas sentadx con un doble. Aparece una persona esquelética con póstulas en los brazos, un potencial usuario de Proyecto Hombre. La camarera os mira asombrada, diciéndote con la mirada: ¿qué estás haciendo? Hablas con él, intentas mantener el tipo. Te invita a la cerveza.
Te despides y te marchas corriendo a casa.
Haces match con alguien. Finalmente, decides decirle “hola”. Empezáis a hablar y rápidamente te das cuenta de que parece una persona sensible y responsable afectivamente. Tiene prisa por conocerte porque así funciona él. No le gusta perder el tiempo ni, sobre todo, hacértelo perder a ti. Muestra interés por ti, se adapta a tu horario y se acerca a tu zona después de una reunión de trabajo. Quedáis durante un rato, congeniáis. Os despedís. Te escribe diciéndote lo mucho que le ha gustado conocerte y que quiere volver a verte ese mismo día. Saltan un poco tus alarmas, ¿por qué tiene tanta prisa? Quedas, vas a su casa. Descubres que tiene muchas plantas, os lo pasáis bien. Te vuelves a despedir. Os mandáis mensajes hablando de vuestras sensaciones después de vuestro encuentro. Le contestas y te sinceras.
Desaparece.
Después de estas descripciones de citas reales, no se trata de concluir culpando con el dedo a la otra persona y diciéndole en una conversación imaginaria: “tú, miserable sabandija, has hecho que mi tiempo en Bumble haya sido un horror, me has arruinado la semana (o el mes)”. Más bien, estas situaciones pasan y se repiten una y otra vez, porque no hay una manera totalmente responsable de hacer uso de Bumble o de cualquier dating app. Es lo que es, pese a las campañas de marketing, pese a que en Bumble solo podamos escribir primero las chicas (a no ser que el tío pague premium), o eliminar el match y la conversación cuando nos dé la gana. Estos aspectos hacen de la app un espacio un poco “más seguro” cuando hacemos uso de ella (y para no perderte como consumidorx, seamos clarxs). Pero nada de eso te garantiza que, cuando finalmente quedas con xl otrx usuarix, se genere un vínculo seguro para ti. De eso eres responsable tú y la otra persona. Y ahí es cuando se complica, justo cuando cambias de escenario y pasas de lo virtual (con los “jiji”) a la vida real (con los “joder”).
Esta es la cuestión: ¿lo aceptas o lo dejas?
Si decides no aceptar sus condiciones y no usarla, existe el peligro de sucumbir ante el penúltimo anzuelo: ¿y toda la gente que podrías hacer conocido, y no conocerás? Una especie de FOMO altera la densidad del líquido cefalorraquídeo de tu cerebro. Pero, ¿realmente te merece la pena, tener un perfil en Bumble, o en cualquier otra app de citas? Hay momentos en los que sí y otros en los que no. Merecerá la pena siempre que intentes ser lo más responsable y sincerx que puedas/quieras contigx mismx. Suena aburrido, pero es el mejor consejo que oirás hoy. A no ser que leas tu horóscopo cada día.
Otros dicen que se folla más en Instagram, pero ese es otro tema.
bumble {v.intr.} · caminar a tropezones; caminar trastabillando ; bumble {vb} · bambolear; andar tambaleante ; bumbling {adj.}.