Cuando romper una relación es abrazarte a ti
Recientemente terminé con mi pareja, pero no siento nada que se acerque a la sensación de distanciamiento o ausencia. Vivíamos juntos, nos veíamos cada semana desde que nos conocimos en abril del año pasado y cada día desde febrero. Pese a todo este compartir tan regular, no tengo la sensación de que me falte algo. Porque de primeras, no creo que tuviera, nada. No es tanto que poseyera o no esa persona, claramente. Me refiero a tener, o más bien, contar con su compañía y apoyo.
No sé si estar agradecida de esta situación o quedarme helada, impactada y estupefacta al mismo tiempo, pensándolo y sintiéndolo en mi estómago y mi pecho. Agradecida porque así la tusa no es descomunalmente dolorosa o, helada por el tipo de relación que acepté mantener e, intentar fortalecer (y todas las energías que se van por ahí cuál agujero de gusano) durante más de un año. Helada por haber aceptado a una persona así como pareja, estupefacta por lo que eso dice de mi estado emocional e impactada por todo el pack. Y menudo pack. O cóctel molotov. Por suerte no estalló nada, pero sí hubo incendios que, finalmente, me hicieron darme cuenta de que nuestra relación no era algo tolerable, ni disfrutable para mí. Tampoco para la otra persona, pero normalmente hay una parte de ese pack que tiene la fuerza, energía o (según el punto de vista), locura, para tomar la decisión de separar ambas partes. Yo fui esa parte hace algo más de un mes.
Y digo locura porque esa persona, además de decírmelo directamente por querer poner fin a la situación (aka nuestra relación), me hizo sentir así todo el tiempo que estuvimos juntos, cuando intentaba decirle lo que me hería de su comportamiento. Es intolerable que alguien cuestione de esa manera tus sentimientos, heridas y, directamente, tu forma de existir, pero cuando alguien provoca que te cuestiones constantemente a ti mismx, tus propias heridas, tus propios sentimientos y tu forma de existencia, es muy violento.
Pese a no sentir su ausencia, sí siento su paso por mi vida. Siento el estado con el que me ha dejado y puedo ver a mi persona de hace un año, de entre este enredo, a punto de aceptar todo aquello con mucho miedo al dolor.
Antes de formalizar mi decisión de romper, podía sentir la sensación de liberación acercarse a mí. Ahora que lo he hecho, no me siento liberada del todo, aún. Convivios durante un mes a la espera de que encontrara otro lugar para vivir, así que hace justo una semana que se fue definitivamente del piso. La propuesta fue mía, pensando que era lo más justo (para él, claro), ya que no podía darle una patada en el culo y dejarlo en la calle el mismo día que se presentaba en casa con una fregona en la mano (su primera compra para el piso, después de 4 meses viviendo en él) y sus supuestas ganas de arreglar las cosas.
Pero me doy cuenta de que, para él, arreglar algo es romperlo aún más, si eso es posible. Pero desde luego, así es como lo sentí. Cada vez que hablábamos y sentía que avanzábamos, a la siguiente conversación (podía ser ese mismo día), nos cogía a mí y a mi niña herida, nos metía en una especie de furgoneta polvorienta y nos llevaba 60 km atrás. Es muy difícil mantener tu integridad ante tanta incertidumbre e inestabilidad.
Él está roto, rotísimo. Es una de las personas más vulnerables que he conocido nunca, y también la única que transforma, con tanta potencia, toda esa vulnerabilidad en crueldad. Y lo peor de todo es que lo vi antes de empezar nada con él. No vi su crueldad, claramente, pero sí vislumbré de entre toda aquella sonrisa y ganas de comerse el mundo, su caos interno. Su verborrea mental me aplastaba, me achicaba. Y me obligué a aceptarlo porque, al menos, hacía pequeño mi dolor. Pero al final resultó ser como una tirita de chinchetas tapando mi herida. Primero solo quería ver la tirita, pero me paré a observarla, sentirla y empecé a notar los pinchazos. Hasta que no la despegué del todo y observé mi herida, no lo vi con claridad.
Lo único que puedo echar en falta es la idea que yo tenía de él. De lo único que merece la pena despedirse es de lo que no pudo ser. Ya ni siquiera me acuerdo de cómo eran sus besos, por muy romántico que suene. Al final, un beso es como la imprenta de otro cuerpo sobre el tuyo, pero no siento esa imprenta. No siento ningún rastro de afecto. Por eso no, no le echo en falta. No puedo echar en falta a una persona que, pese a entrever mi vulnerabilidad, no le importó hacerla más grande.
Agradecida, de todas maneras, por colocarme de nuevo en el camino.