No somos caracoles, pero también podemos llevar nuestro refugio "a cuestas"
Nada más que añadir con ese título tan largo y revelador
Cada vez que cruzo un paso de cebra en la Gran Vía me pregunto cómo es que no me da algo al ver toda esa cantidad de gente abalanzándose hacia mi rápidamente para curzarlo y llegar a su destino. Sin saber cómo, me escabullo con facilidad por los huecos que quedan libres entre los cuerpos de la gente sin rozarme con nadie, como si por su lado hubiera pasado una pequeña ráfaga de aire. De todas formas, no puedo evitar sentirme frágil en ese momento, si alguien viene con fuerza y nos chocamos, me tira al suelo. A veces me gustaría llevar una armadura, que no tiene que ser precisamente una armadura al uso, con llevar ropa que me haga sentir segura con mi entorno es más que suficiente. ¿Es por eso que muy pocas veces me siento cómoda con lo que llevo, porque, al ser todo nuevo, no me siento segura? Y creo que va más allá de la autoestima, ahora que estoy lejos de la gente que quiero, me siento muy insegura emocionalmente. Estoy tranquila sola, pero siento mucho la distancia, la barrera.
¿Se pueden rellenar los vacíos? ¿o están ahí como meras pistas para que no nos perdamos al ir hacia dentro nuestro? Son como las miguitas de pan de Hansel y Gretel, nos permiten, más que volver, hacer el camino en paz, con la seguirdad de que todo va a salir bien, por mucho que nos adentremos. Pero para dejarnos experimentar esos vacíos y hacer un camino hacía dentro hay que tenerlos bien puestos. No se tú, pero yo no sé si estoy preparada para marcarme un Hansel y Gretel. Aunque de alguna forma, sin darnos cuenta, todxs lo hacemos en algún punto. Cuando salimos a tomar algo solxs y lo primero que haríamos sería llamar a unx amigx para que nos acompañara, o nos quedamos en casa para descansar cuando sentimos la urgencia de salir fuera y no reparar en cómo nos sentimos y qué nos incomoda.
Lo fastidioso es que para esta inseguridad, una armadura de tipo emocional no sería útil (y una de metal aún menos). Me aislaría mucho más, y aquí la cuestión no es protegerse de algo, todo lo contrario. Se trata más bien de confiar y bajar la guardia para permitir que sucedan cosas. Es como un salto de fé. Y me siento más preparada para hacerlo cuando me siento bien con lo que llevo. Creo que la ropa tiene un sentido de refugio portable desde el que puedo desenvolverme con desconocidxs, cenar sola o caminar por a ahí tranquila y, dentro de lo posible, segura. Y al que también puedo replegarme cuando no me siento con muchas fuerzas.
Al fin y al cabo, es una especie de caparazón que podemos construirnos. Pero no siento que solo el “outfit” completo me puede dar ese espacio que tanto necesito, lo puede lograr un accesorio también. Desde qué llegué a Madrid llevo siempre dos collares que me regaló mi abuela, una cadena de plata y otra con una pieza de nácar que me regaló cuando cumplí 18 años, quería regalarme “mis primeras joyas”. Nunca suelo llevar collares, como mucho el segundo que he mencionado, pero el otro día caí en que cuando llegué aquí, empecé a llevar los dos siempre, incluso para dormir. Me siento cuidada y segura cuando los llevo, he econtrado una especie de refugio en ellos. Algo parecido pasa con la pulsera que me regaló mi otra abuela, no es precisamente “mi estilo”, pero no hace falta que lo sea para llevarla siempre conmigo porque representa una muestra física de su cariño.
Buscamos crear un refugio con lo que llevamos muchas veces más de las que podemos imaginar, por ejemplo, cuando estamos tristes o desanimadxs y nos apetece pasar el día en pijama o chándal, o sentimos la necesidad de ponernos esa prenda de nuestro padre, abuelo, madre, amigx, ligue… De alguien que nos transmita confort y seguridad.
Es conocido que en la antiguedad el uso principal que se le daba al vestido era de protección, y más allá de que sea obvio que es una función que sigue y seguirá vigente (excepto en el freaking metaverso), la de refugio emocional, por decirlo así, pasa desapercibida. Y al fin y al cabo, un refugio también brinda protección.
A mis 23 años de edad* es increíble la cantidad de cosas de mi pasado de las que me arrepiento, personas a las que echo de menos, oportunidades perdidas, etc. que he acumulado. Y a veces es inevitable mirar atrás y pensar desde la distancia que otorga el presente, qué cambiaría o que haría diferente ahora. Obviamente es un ejercicio en futilidad, ya que viajar al pasado es imposible.
Pero sí que es posible en una pequeña cafetería oculta en la ciudad de Tokio, escenario de la novela Antes de que se enfríe el café de Toshikazu Kawaguchi. Esta experiencia está limitada por una serie de reglas: solamente hay una silla en la cafetería que permite viajar en el tiempo y la persona no puede levantarse mientras esté allí; aunque es un viaje al pasado el presente no cambia y la más importante, la persona tiene que volver al presente antes de que se enfríe el café. A través de las cuatro historias de los clientes habituales y trabajadores de la cafetería que deciden viajar en el tiempo, la novela plantea la siguiente pregunta: Aunque no fuera posible cambiar nada, si pudieras volver atrás, ¿a quién visitarías?
Yo lo tengo claro. A mi iaia, qué tiene alzheimer y ha olvidado tantas cosas. Cuando yo era pequeña y no quería comer, ella me explicaba siempre el mismo cuento. Me lo debió contar decenas de veces, pero no consigo acordarme. Aprovecharía el tiempo que tarda en enfriarse un café para pedirle que me lo contara una vez más y poder acordarme para siempre.
*Hoy a partir de las seis de la tarde, 24 años.
Mi querida Paula, ahora que se habla de refugios antiaéreos como lugar de protección..me resulta importante reflexionar como tú lo haces, sobre con qué, dónde o con quién nos sentimos en nuestro propio refugio.
Y sí, ciertamente, los refugios emocionales no nos protegen de sentirnos inseguros o de mitigar ciertos miedos, pero cada uno de nosotros se refugia en lo que mejor le va.
La ropa podría ser uno de ellos, llevar un abrigo donde esconder unas manos frías que tiemblen por nervios ante una situación desconocida, o una gorra que no deje ver una expresión de verguenza ante un desconocido, o una joya que te parece que cada vez que te la pones, te dará buena suete..
La verdad, nuestros refugios nos protegen y en muchas ocasiones es bueno hacerlo..
Lanzarse a lo desconocido es de valientes, y es muy loable..pero refugiarse a veces, es necesario.
Lo bueno es que, al iguall que los caracoles, cuando sale el sol y el entorno parece seguro..uno sale de sus refugios.
Un abrazo guapa!